La paradoja de Bogotá: Rodeados de agua pero sedientos de soluciones

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La paradoja de Bogotá: Rodeados de agua pero sedientos de soluciones

El contexto

Nueva Delhi, Teherán, Bagdad, Madrid, Ciudad de México y Bogotá, tienen algo en común además de ser ciudades capitales. Son ciudades que alojan a más de 120 millones de habitantes que han venido sufriendo episodios de escasez de agua en los últimos dos años.

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Fuente: Generada por Microsoft Copilot. Creative Commons Attribution 4.0 International (CC BY 4.0)

Las ciudades son consideradas como el mayor invento del ser humano. Su concepción inicial, probablemente basada en el concepto de que “la unión hace la fuerza”, ha brindado ciertas condiciones de bienestar para la población, al tiempo que han sido escenario de revoluciones políticas y culturales, ferias mundiales, expresiones artísticas; pero también de grandes desastres como guerras, terremotos, epidemias y con creciente frecuencia, sequías.

El agua, ese compuesto químico fundamental para la vida, sigue siendo tan esquiva para los asentamientos urbanos tal y como lo es para las manos que pretenden recogerla desde un estanque. Fluye por las laderas de nuestras montañas, por nuestras manos, por las piedras, pero la oportunidad de recogerla, almacenarla y utilizarla, es un dolor de cabeza para la humanidad.

Bogotá es la ciudad capital con mayor cantidad de lluvias en el continente, solo detrás de Guyana y Surinam. Con una posición estratégica que le permite limitar con dos inmensos páramos fabricantes de agua, podría asumirse como una urbe excepcionalmente acondicionada para el abastecimiento de agua a la población.

El complejo de fuentes de agua de Bogotá se fundamenta en tres sistemas de embalses distintos: Norte (Aposentos, Sisga, Neusa y Tominé) que abastece el 26% del agua de la ciudad, Sur (La Regadera y Chisacá) que proporciona el 3% del agua, y el sistema Chingaza (San Rafael y Chuza) que proporciona el 71% del agua para la ciudad. Estos sistemas han tenido múltiples tropiezos en su historia con túneles taponados, retrasos en obras de ampliación y sequías, siendo la última de estas una de las más graves y sobre la cual todavía no se avizora alguna solución.

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Mapa de Bogotá y sus sistemas de embalses. Los sistemas Norte y Chingaza proveen la mayoría del agua a la ciudad.

Fuente: La Silla Vacía,

El pasado

La historia enseña que la ciudad mantuvo un precario sistema de abastecimiento hasta inicios del siglo XX, cuando prácticamente se sostenía con los acuíferos próximos al casco urbano. Las fuentes de agua consistían básicamente en los ríos San Agustín y San Francisco, que rápidamente perdieron la calidad de su oferta.

Las graves enfermedades y el crecimiento sostenido de la población fueron los mayores impulsores de la necesidad de construir una infraestructura sostenible para el abastecimiento de agua, que muy a pesar de los detallados estudios desarrollados por el Ing. Francisco Wiesner, han resultado insuficientes por razones técnicas, políticas y recientemente, ambientales.

Chingaza

Los expertos hablan de una “chingaza-dependencia”, soportada en ese altísimo porcentaje del 71% de abastecimiento. Se sabe que los cuerpos de agua del sistema Chingaza dependen a su vez de la humedad que se genera en los territorios de la Amazonía, Orinoquía, Región Andina y los océanos Atlántico y Pacífico. Por lo tanto, todas las actividades de ganadería extensiva, minería ilegal, expansión agrícola (entre otros) que se vienen generando en esas regiones, especialmente en la Amazonía y Orinoquía, estarían dando cabida a la disminución de los niveles de humedad de Chingaza, nuestra principal fuente de agua.

Como bien es sabido, las autoridades tomaron medidas para atacar el problema a través de la reducción de la demanda con medidas de racionamiento, pero también se están adelantando obras para [aumentar la capacidad de tratamiento de aguas en el acueducto de Tibitoc] (https://bogota.gov.co/mi-ciudad/habitat/conoce-los-avances-en-las-obras-de-la-planta-de-tratamiento-de-tibitoc/), lo cual permitiría una mayor captación de aguas en el sistema norte a partir de las aguas del Río Bogotá. Otras perspectivas le apuntan a la exploración de aguas subterráneas sobre las cuales hay un gran desconocimiento y peor aún lo poco que sabemos, es que es cada vez más escasa o de difícil extracción.

En este panorama, la Alcaldía de la ciudad explica de manera inverosímil que en un par de meses ya se estarían levantando las restricciones al abastecimiento.

Las preguntas

Como no soy un experto en este tema, me atrevo a plantear algunas cuestiones que para mí quedan en el aire.

  • ¿Cuál es el potencial de una peor situación? En un escenario de recrudecimiento del cambio climático ¿Qué tan cerca estamos de una crisis que se materialice en la inviabilidad de la ciudad?
  • Miremos el consumo: ¿Qué pesos tienen en la balanza los sectores residenciales, industriales y comerciales en este problema? ¿Cómo podemos promover el uso responsable para tomar más medidas eficientes e inteligentes que aseguren un uso estratégico y no simplemente “cerrar la llave”?

  • Miremos la oferta: ¿Si la situación está así en la capital? ¿Qué perspectivas tienen nuestras otras ciudades como Cali, Medellín, Barranquilla o Bucaramanga?

  • ¿Cómo podemos regular el consumo de productos que provengan de la explotación de la Orinoquía y la Amazonía y que actualmente inciden negativamente en los necesarios procesos meteorológicos para salvaguardar a Chingaza?

  • ¿Cuál es el nivel de riesgo que tienen los otros sistemas: Norte y Sur?

Lo cierto es que este es un problema global, que afecta a ciudades en el desierto, en las montañas o en el mar. Millones de personas, y sobre todo, las futuras generaciones, dependen de cuanto podamos hacer para asegurar un equilibrio entre la oferta y la demanda. Tal parece ser que mientras no contemos con las tecnologías adecuadas, nuestra más segura salida al problema seguirá siendo la misma que se vienen usando desde siglos atrás: cerrar la llave.